Después de sobrevivir a mi tesis, hacer práctica y conseguir trabajo, volví al ruedo. Hace unos días un viejo amigo me convenció, pues él extrañaba este espacio al igual que yo. Como Diego me alcahuetea todo, no lo dudamos y nos fuimos!
Era viernes y teníamos hambre, estábamos mamados de una larga semana y después de no coincidir en qué tipo de comida queríamos decidimos que un sitio con ambiente parchado sería ideal. Me acordé de Bruto y allá fuimos a dar. Como es costumbre no teníamos reserva, el único espacio que quedaba era en la barra y ahí nos sentamos. Nos atendió un bartender muy amable y cero lambón. Eso es lo chévere de los bartenders, tienen swing, son auténticos y se gozan su trabajo; además no recomiendan comida por precio sino por sabor. Después de pedir 5 entradas y un trago para cada uno, acordamos que las barras son el mejor lugar de un restaurante.
Bruto es un lugar que tiene un balance entre lo tranquilo, lo chilleado y la sabrosura. El lugar tiene luces tenues y cálidas, sus paredes son de ladrillo y los fines de semana hay música en vivo. Acompañada de una copa de vino rosé (Les Jolies Filles) me divertí con el lugar, me relajé, me antojé de los platos de las mesas del lado y me gocé la música de la noche. Si les gusta un vino ligero y afrutado este es el de ustedes, me encantó. Diego pidió un moscow mule que estaba súper refrescante.
Las croquetas no tardaron en llegar. Hacía mucho tiempo no me comía unas taaaaaan bien hechas. Estas eran de pulpo y tenían un balance perfecto entre la crocancia de la croqueta y su cremosidad interior. Vinieron acompañadas de una salsa roja con un toque de picante y con un ligero sabor a pimentón que le quedaba muy bien. No había sabor mariscoso en estos bocaditos, estaban tan ricos que sin la salsa se disfrutaban igual de bien. Me sentí transportada a España y seguro cuando vuelva las pediré nuevamente.
Al momento nos llegaron los camarones Orly, se los vimos a la pareja del lado nuestro y decidimos copiarles. No fue una buena decisión. Estaban ricos pero meh, no repito. Visualmente se veían increíbles, grandes y con una salsa prometedora. Ya en el paladar saboreabas mucha masa y una salsa desbalanceada con un sabor preponderante a sour cream. Hay que resaltar la perfecta ejecución de la cocción, sin embargo estaban sosos, no había un sabor increíble. Esta entrada es muy plana y no la recomiendo.
Como si nos hubieran cronometrado, apenas acabamos los camarones llegaron las albóndigas. Venían en una salsa roja de tomates con unas papitas muy ricas. Estas bolitas estaban muy gustosas y armadas de tal forma que se deshacían en la boca y no en el tenedor. Las papas estaban en su punto ni muy blandas pero tampoco crudas. Si bien el plato no tiene ninguna queja te lo comes igual de rico en otro lado, no es algo por lo cual volvería al lugar.
Ya con la barriga medio llena, nos llegó un platadón de risotto de hongos. Estaba muy rico, suave y cremoso; quizá muy grande para ser una entrada para dos personas (si van en combo grande porfa pídanlo) aún así lo acabamos. Venía decorado con unos portobellos con un toque ahumado que estaban mil veces más ricos que el mismo arroz, juzguen ustedes si esto es un punto a favor o en contra.

Para terminar, uno de mis infaltables de Bruto: la Fideuá. Un plato visualmente engañosos puesto que se ve enano y llena más de lo que se cree. Siempre me pasa la misma cuando lo pido, no sé si no aprendo porque es tan rico que me hago la de la vista gorda. En la parte superior de esta entrada los fideos vienen crujientes y los mariscos están bañados con aioli. Al mezclar todo en el plato logras apreciar un sabor sutil a marisco, nada invasivo y muy bien logrado. El punto de cocción de los frutos de mar estaba impecable, cero chicludos. Si van, no dejen de pedir este plato porque realmente vale la pena. Como no nos cupo el postre, se los quedo debiendo.